En este blog (sin fines de lucro) pondré los cuentos que integraron la 1ra. edición de mis Cuentos para recorrer la vida, la cual consistió en una carpeta que contenía cuadernillos: Ira. IIa , IIIa y IVa. Parte. Sin encuadernar con la intención de seguir agregando cuadernillos. Fue presentado con éxito en el Salón de los Espejos del Club Estudiantes de La Plata, por el escritor, poeta y conferencista: Héctor M. Rivera y por el poeta y narrador: Alfredo Aldao.
domingo, 29 de noviembre de 2015
TELARAÑA
¿Recuerdas?
Una araña iba y venía tejiendo con sus suaves vaivenes una tela.
Recién había comenzado cuando tú y yo nos acercamos.
Quedamos mirando y mirándonos.
Mientras tanto, la tela crecía y la araña iba y venía.
Su fina intuición le decía que alguien la observaba.
O más bien, captaba que a través de su obra nosotros nos mirábamos.
Sonreíamos. Hablábamos.
La tela sutil se iba haciendo cada vez más espesa y más grande. Nosotros
seguíamos aferrados a nuestras miradas. Como hipnotizados.
No veíamos la tela que cada vez más firme, más densa, se iba
transformando mientras ella, la araña, seguía y seguía subiendo y bajando;
hasta que, poco a poco, fuimos quedando apresados.
Tú y yo en la misma telaraña. Tú y yo y nuestras miradas.
Ahora estábamos dentro.
Mientras la araña, pausada, seguía con su trama...
Nosotros: Tú y yo, apresados como dos ingenuos insectos.
Como dos bichitos que jugábamos al amor.
Al amor de las miradas, las sonrisas, las palabras...
Cada vez más difícil salir. La tela, tan fina, era ya una red cerrada.
Y tú y yo en ella. ¿Para siempre?
¿O tal vez el tiempo de nuestras miradas?...
Conocí a Paula en una reunión de trabajo. Una de tantas -pensé cuando me
la presentaron- y creí que todo quedaría sintetizado en ese juicio.
Más bien, en ese pre-juicio.
Sin embargo, al cabo de un tiempo, me encontraba llamándola por teléfono
al llegar a mi oficina ó antes de retirarme a mi departamento.
Fui necesitando cada vez más el sonido de su voz, sus palabras; esa
comunicación a través del cable telefónico. Tanto, que no concebía mi
existencia sin esa llamada diaria.
Un hilo subconsciente se había
extendido entre nuestras vidas.
Mas, aquello que se gesta de esa manera, padece las consecuencias de su
propia fragilidad y así fue como repentinamente, Paula desapareció.
Inútiles fueron mis llamadas telefónicas.
Su teléfono, como por raro encantamiento, dejó de sonar y quedé con el
tubo en la mano - más de una vez- y
sumido en una honda tristeza.
Mi mente comenzó entonces a intentar establecer una comunicación a través
del espacio con la de Paula.
La llamaba en sueños y despierto.
Invocaba su nombre una y otra vez, sin recibir mensaje alguno.
Las conexiones se habían desvanecido y por más energía mental que
consumiera, no lograba encontrar las ondas emitidas por la mente de Ella.
Sabía que sólo una razón poderosa había hecho que se alejara. Quería
conocer sus motivos. Entenderlos. Hallar una respuesta.
Cada noche iniciaba una suerte de conversación mental dirigida en
distintos sentidos, tratando de localizar la fuente que la absorbiera. Como no
lograba tal cometido, mi desesperación
iba en aumento día tras día...
Cerraba la puerta de mi habitación, concentraba mis fuerzas mentales en
su imagen, que conservaba aún viva, y enviaba
mensajes:
–Paula, te necesito. Contéstame. O bien:
–¿Dónde te encuentras? ¿No oyes mi llamado?
–¡Te estoy llamando con mi mente!
Ella no acudía a mi cita y otra vez me sumía en una angustia
inexplicable.
Mi mente necesitaba de la mente de ella.
No era sólo atracción física la que me unía a su recuerdo, como creí en
un principio.
Transcurrió mucho tiempo y por más que me lo propusiera no lograba
evadirme, olvidarlo todo. Había algo superior a mis propias fuerzas que me
impulsaba a continuar. Tenía la profunda esperanza de recibir en algún momento
su respuesta.
Mientras tanto continuaba con mi trabajo habitual. Asistía a reuniones de
negocios. Conocía a mujeres hermosas, cultas, inteligentes.
Recibí atenciones de muchas de Ellas. Pero, mi mente no podía apartarse
de aquella que supo introducirse en lo más profundo de mi ser.
Hasta que llegó el instante más difícil de mi propia existencia.
El médico, luego de ordenarme análisis y estudios clínicos de alta complejidad, diagnosticó:
–Le quedarán entre tres a seis meses de vida. Sólo un milagro podrá modificar estas expectativas –. Sostuvo convincentemente.
De inmediato, sin pensarlo, me encontré llamando a una comunicación con
Ella:
–¡Paula! ¡Paula! ¡Me muero!...
Emití un S. O. S. dramático.
Esperé expectante unos minutos: ¡Nada!
Nuevamente me concentré y pensé:
–¡Paula! ¡Contéstame! ¡Me estoy muriendo!
–¡No! ¡No! ¡Que te amo!
Alcancé a percibir una mente que me contestaba.
Era Ella, estoy seguro.
¡Al fin sus ondas habían captado mi llamado!
Y..., una paz infinita, como la de la muerte, comenzó a invadir mi mente
atormentada hasta dejarla totalmente en blanco.
–Un triángulo es una figura plana.
¿Verdad? –pregunta
–Si –contestan varias de las
alumnas en forma no simultánea.
Continúa la voz monótona desde la pizarra:
–El triángulo es una figura plana delimitada... ¿Podríamos decir?...
Un pesado silencio le responde. Mientras, la poderosa imaginación de
Adela se explaya por esos mundos de
ideas que la van alejando poco a poco de la materia y la van aproximando a
especulaciones que, si bien comienzan con la palabra triángulo, la conducen por
los intrincados caminos de la psicología humana.
Adela recuerda haber observado situaciones vividas por los seres que la
rodean.
Su tía Lita, su tío Miguel y entre ambos, la figura un tanto lejana,
pero siempre presente de Teresa, la
amiga soltera de Lita. Aquella llegaba a la casa en esos momentos en los que
ellos gozaban de su intimidad. Cuando, después de un largo día de labor y de
alejamiento, se sentaban en los cómodos sillones del living a comentar los
sucesos diarios, aparecía ella inmersa en esa mutua entrega.
Adela seguía pensando...
Oía la voz de
–“Los triángulos pueden clasificarse según la medida de sus ángulos en:
acutángulos, rectángulos, obtusángulos…”
Y su mente incapaz de permanecer
concentrada, continuaba con sus relaciones.
Su hermana Sonia, su novio Juan Carlos y el amigo de ambos: Rodolfo.
¿Cuántas veces había encontrado a su hermana a solas con su novio?
Tres o cuatro veces del total de oportunidades en los que se había
detenido a observar.
Y si ahondaba en su observación... ¿Quiénes hablaban con mayor asiduidad?
¿Quiénes se entendían mejor?
Porque, Sonia, reía con Rodolfo.
Sonia hablaba más fogosamente con Rodolfo.
Juan Carlos era el novio oficial y se casaría con su hermana.
¿Acaso necesitaba a ambos por igual?
Tan ensimismada en sus pensamientos estaba que, cuando
–Señorita Adela ¿Puede clasificar los triángulos según la medida de sus
ángulos?...
Ella sólo atinó a contestar:
–¿Puede repetirme la pregunta, por favor?
Pasado el primer momento de confusión Adela retornó casi sin quererlo a
su pequeño universo.
Esta vez, se le presentó su Jefe.
¡Cómo dialogaba con Liliana! -su secretaria-
¡Cómo la miraba embobado cuando creía no ser visto!
En muchas situaciones había creído ver algo más profundo entre ellos que
la camaradería. ¿Serían amantes?
Pensándolo con detenimiento, había instantes en los cuales sólo parecían
existir en la oficina su Jefe y Liliana.
Sin embargo, El era casado. Su mujer le hablaba todos los días por
teléfono. Claro está que en más de una ocasión su Jefe hacía decir que no
estaba o que se hallaba muy ocupado. Tal vez estaba enamorado de Liliana y no
de su Mujer.
Cada vez que Adela fijaba la vista en la pizarra, veía triángulos y más
triángulos.
–…“Se clasifican según sus lados en isósceles, equiláteros y
escalenos” –, y continuaba:
–“Un triángulo es isósceles, cuando tiene dos de sus lados iguales y el
restante, desigual”
Adela, quien comenzaba a prestar atención, mentalmente comparaba:
Sonia, Juan Carlos y Rodolfo, forman un triángulo isósceles.
Con Sonia como base y Ellos como lados iguales de la relación.
La clase continuaba desarrollándose:
–...“Se llama triángulo equilátero al que tiene sus tres lados iguales
entre sí”
Y la imaginación de la alumna no podía menos que asociar:
Tía Lita, tío Miguel y la amiga soltera de ambos: Teresa, constituían los
vértices de la figura plana en la cual las distancias entre los mismos se
mantienen constantes en su igualdad, o sea, son vértices equidistantes el uno
de los demás. Como en esa extraña
relación.
Nuevamente alejada del desarrollo del tema Adela consiguió clasificar la
relación existente entre su Jefe, su mujer y su secretaria como un triángulo
escaleno debido a la notoria desigualdad.
La predilección puesta de manifiesto por su Jefe con respecto a Liliana y
permanente descuido de la atención a su mujer.
...La explicación proseguía...
–“Resumiendo todo lo aprendido, diremos que los triángulos son figuras
planas que pueden clasificarse según la medida de sus ángulos en acutángulos,
rectángulos y obtusángulos ó, según sus lados en isósceles, equiláteros y escalenos...”
Ya nada haría contra la humanidad y quedaría inutilizado para siempre.
La poderosa bomba nuclear que portaba nada destruiría. Quedaría
depositada en ese artefacto que, debido a la acción de John Henry Rock Fleming,
se había transformado en el verdugo de su poderío. Estaría condenada a consumir
su propia energía; a no estallar nunca, a morir.
Ella, justamente la hacedora de la destrucción del género humano, debería
contentarse con consumirse a sí misma en una acción autodestructiva.
Sin embargo, los dedos de John Henry aún temblaban.
Sus músculos en tensión todavía habían contraído su rostro en una mueca
extraña, que tanto podía considerarse siniestra como liberadora de su energía
negativa.
Los ojos del científico aún miraban incrédulos y llameantes de ira al
misil que acababa de desactivar.
¿Qué ocurriría después?
La pregunta comenzó a tomar cuerpo en el cerebro del hombre quien ante la amenaza de una acción
bélica entre las superpotencias, sólo había atinado a hacer lo que su
conciencia le había dictado sin medir
las consecuencias de su acto desesperado.
Giró su cabeza hacia la pantalla del televisor que tenía a su derecha y
alcanzó a ver el rostro -que se le
apareció deforme por su frialdad, terrorífico por sus intenciones, como
si estuviera desintegrándose bajo los efectos de las radiaciones atómicas-
del Presidente de su País quien instaba,
con términos que John Henry sabía, ocultaban una hipocresía cruel, a los
habitantes a permanecer en sus sitios, en sus refugios anti-bombas
construidos especialmente debido a la
amenaza constante de una eclosión atómica.
Escuchaba nítidamente sus palabras falaces diciendo:
–"No temáis. La situación se ha tornado gravísima y en instantes
estallará
Estático, como sujeto al piso del laboratorio nuclear que le habían
confiado, John Henry ya no veía ni oía más que la voz de su conciencia que le
decía:
–“No le creas. Todos morirán. Los unos y los otros. Todos desaparecerán y
tú serás uno de los responsables del desastre por haber perfeccionado la
potencia y precisión con que se disparan estos misiles. Tú que fuiste incapaz
de entregar tu inteligencia a las
Fuerzas de
Desesperado John Henry corrió en pos de las pantallas de televisión diseminadas en el sitio y que transmitían desde los distintos canales
internacionales.
Todas las naciones de la tierra fueron pasando por las pantallas que,
como atontado, miraba el científico:
Aquí Ginebra: –Es inminente el ataque nuclear entre las superpotencias...
Aquí Roma: –En momentos y el mundo habrá acabado...
Aquí París: –La sombra del hongo atómico ha paralizado a la ciudad...
Aquí Caracas: –Hay dificultades en las comunicaciones con los centros nucleares
del mundo...
Aquí Sidney: –El primer misil está a punto de ser disparado...
Aquí Tokio: –La herencia de Hiroshima nos enseña a no confiar en el
futuro…
Aquí Buenos Aires: El cono sur podría ser alcanzado por las radiaciones
nucleares...
–¡No! ¡No! ¡No! –gritó desaforado John Henry en un ataque de nervios que
le obligaba a correr, gesticular, gritar, llorar, golpear..., hasta caer
exhausto sobre la alfombra de plomo que cubría el piso que ocupaba.
Eran las seis de la mañana. Ya comenzaban a filtrarse los más saludables
rayos de luz provenientes de nuestra estrella máxima y la señora de John Henry
aguardaba. Sentada en su confortable cama matrimonial intentaba percibir sonidos
del mundo exterior a través de los mini-auriculares conectados a sus oídos, sin
obtener resultado alguno.
De su mirada apacible, de su aparente calma, no trasuntaba la honda
preocupación que la había mantenido despierta desde las tres de la madrugada.
Johnny, como llamaba Ella cariñosamente a su esposo, no había arribado
aún. Ella conocía sus manías y más que nada, estaba habituada a las tardanzas
de su genial compañero. Sabía que cuando permanecía en el laboratorio, perdía
la noción del tiempo. Sabía también que a veces le encomendaban tareas
difíciles que no debía delegar en sus asistentes. Era uno de los cinco
científicos de confianza del gobierno y debía realizar investigaciones
confidenciales que se transformarían luego en “Secretos de Estado”.
De ahí que Mary Ann no se inquietara más allá de lo prudente.
El ser humano es un animal de costumbres y la mujer venía viviendo estas
situaciones desde su casamiento. Por eso, más bien le convenía dormirse.
Sin embargo, lejos de despreocuparse, su nerviosismo iba en aumento a
medida que pasaban los minutos.
–Intentaré llamar por teléfono –se dijo –, y si me contesta volveré al mundo de los sueños: ¡El mejor de todos!
Algo extraño flotaba en el ambiente.
Su subconsciente se mantenía expectante y ello se traducía en ansiedad.
Tenía la certeza de hallarse ante un hecho inusual, una experiencia no
del todo grata.
Y no se equivocaba.
Llamó repetidas veces al teléfono del laboratorio y nadie atendía las
llamadas.
Más inquieta aún llamó a uno de los Asistentes de su esposo.
Marcó el número y aguardó. Ningún sonido. Silencio total.
Ya nadie la detendría.
Se incorporó en el lecho, saltó de él y apresuradamente se vistió.
En pocos instantes partía en su automóvil rumbo al laboratorio.
En el exterior todo aparecía normal. Las calles estaban transitadas por
vehículos y transeúntes como de costumbre, lo mismo que la ruta de acceso al
Centro Atómico.
Pero, la angustia de Mary Ann, crecía a medida que avanzaba en su
carrera.
Su vista y sus oídos se hallaban atentos, ya que conducía a alta
velocidad.
Su sexto sentido le decía que debía prepararse para enfrentar una prueba.
Se introdujo en el Centro de Investigaciones haciendo caso omiso de la
alarma. Ella debía encontrar a su esposo. Y así, moviéndose dentro del
laberinto de callejuelas llegó ante la puerta cuyo cartel decía: J.H.R.F.-209.
Llamó a la puerta repetidas veces. Nadie
acudía a sus llamadas.
Despavorida quiso huir y no pudo. Una fuerza superior a la de la gravedad
la retenía adherida al piso de plomo.
Quiso gritar, pedir auxilio y su
garganta no emitía sonido alguno.
Con mano insegura buscó una llave en su bolso y la introdujo en la
cerradura.
En el revelador instante en que abría la puerta y veía a John Henry
desplomado, inerte, sobre la gruesa alfombra de plomo, alcanzó a oír la
insistente sirena de los móviles de las fuerzas de seguridad que se
aproximaban.
Presa de pánico, levantó su vista y alcanzó a ver las pantallas de todos
los televisores que transmitían idéntica imagen y la noticia:
–“La población no debe alarmarse. Hemos retransmitido por
–“Agradecemos a las Fuerzas de Paz el
habernos facilitado el film. Volveremos con un programa similar el
próximo martes a las tres a.m. de nuestro país.”
–“A partir de este momento los canales continúan con sus programas
habituales...”
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