viernes, 18 de diciembre de 2015

Comentarios y crítica lliteraria sobre el libro Cuentos para recorrer la vida (1ra. ed.) de JUANA C. CASCARDO


Por el poeta, escritor y conferencista: Héctor  M. Rivera (Fragmento)

Vamos a hablar hoy de una Obra Literaria que se desgrana en cuentos de distinto tono, carácter y extensión. Su autora Juana C.Cascardo, tiene ya ganado un lugar entre nuestras escritoras expresivas, por la autenticidad de su vocación, la persistencia de su labor y el aliento vital que insufla en sus creaciones disímiles. Poeta por sobre todas las cosas, aún escucho los ecos de su voz agraciada, en esos poemas que nos traen las “Voces de mi Silencio”, mojadas por ese luminoso: “Sonar de Lluvia” que llega hasta “Caminemos…Poemas para Acompañarte”, poemas que revelan el mundo subjetivo de una mujer que también ha  hundido las raíces de su inspiración en el cuento y la novela. Poeta de cálida voz, Juana Cascardo no ignora el compromiso intelectual que significa abordar el género narrativo en una Ciudad como La Plata, que ha tenido cuentistas como Benito Lynch, Alejandro de Isusi, Rodolfo Falcioni, sólidas columnas de la cultura literaria platense. …Desde luego, el cuento como género literario tiene exigencias que superan los lineamientos del esbozo, del esquema. Y el estilo, que es la proyección del autor en el tiempo, debe también perfilar una elaboración que rebase los límites de la insinuación y la simpleza. …“PERTURBACIÓN EXISTENCIAL”: Este trabajo revela la mano segura de una autora que maneja el suspenso con destreza. Si bien es cierto que el asunto da para un cuento más extenso, debemos reconocer que Juana, dentro de los límites estrechos de pocos renglones, desarrolla un tema de profunda raíz psicológica.

…El drama de la guerra nuclear,  de la extinción del género humano, están presentes con auténtico dramatismo. Debemos celebrar la sobriedad de Juana, que no cae, en el desborde del melodramatismo, ni se deja arrastrar por la corriente folletinesca. Esa misma sobriedad se manifiesta en “PERCEPCIÓN ATEMPORAL”. Con una envidiable economía de palabras, la inquieta autora hace referencia al más grande de los terremotos que asoló a una ciudad denominada San Cristóbal. Ella y su vecino, son los protagonistas del intenso relato, elaborado con extrema sencillez. Se advierte con toda claridad que la autora prefiere, a los matices de un estilo ornamental, la simpleza lineal de la comunicación directa. …“PERCEPCIÓN ATEMPORAL” señala en la autora una experiencia ajena a la temática cotidiana, a la problemática vulgar o conocida. Se advierte una inclinación introspectiva, una actitud que abarca la hondura de lo subjetivo con acentuada predisposición vivencial.
El próximo vuelo En esta narración Juana Cascardo desenvuelve el hilo de la acción sin altibajos y una secreta lógica se descubre en las palabras; bien ubicadas siempre y en las insinuaciones logradas las más de las veces. ¡La ubicación de las palabras! He ahí un aspecto no siempre considerado por los críticos literarios. La palabra, según la afirmación de Arturo Capdevila tiene un efecto mágico. Y esa magia las proyecta en trascendencia y profundidad. Por ello los escritores tenemos la obligación de utilizarlas con responsabilidad y recato intelectual. Y los narradores, en este caso los cronistas, novelistas, cuentistas, deben vigilar pudorosamente su ubicación. Juana Cascardo en sus “Cuentos para Recorrer la Vida”, ubica las palabras con acierto. Destaco también que logra el final de los cuentos con plausible eficacia. …El mensaje de sus realizaciones es positivo y es también necesario. Es imprescindible que los escritores hablen con claridad, respetando el siempre alto magisterio de la palabra. El mensaje del escritor debe ser siempre constructivo. 
Y justo es reconocer que la poeta cuentista que hoy presentamos entronca por su intención con las mejores tradiciones de las letras platenses y por su realización con los elementos que, en la narrativa, han alcanzado notoriedad. …Celebremos sus “CUENTOS PARA RECORRER LA VIDA”, celebremos su actitud frente a los avatares de la existencia, celebremos la autenticidad de su vocación e inspiración y recorramos la vida con estos Cuentos, breves como el sol de la mañana, leves como el rocío de la tarde, simples como el murmullo de la noche. Nada más. La Plata, 16 de Junio de 1987.


Por Alfredo Aldao (Fragmento)

Señoras, Señores, Amigos: Es un orgullo para mí encontrarme en este lugar y orgullo doble, al tener que hablar sobre los cuentos de Juana Cascardo; y digo que es doble, primero por ser buenos cuentos de una luchadora infatigable y segundo, y esto es personal, porque es mi amiga. Si bien existe en sus cuentos, como en toda su obra, la dicha que tenemos todos los poetas de ejercer este apostolado de andar los caminos de la vida repartiendo amor por medio de la palabra escrita, también existe en ellos una permanente acción, la que hace que el lector no pierda atención en ningún momento. … Esta acción sumerge al lector en un permanente movimiento lo que brinda un ritmo que no permite el abandono de la lectura sino hasta el final. Algunos escritores se especializan en describir paisajes, ambiente o personas; ella, en cambio, describe imágenes en movimiento. …Como nos han acostumbrado a confundir acción con violencia, debo destacar que esta prácticamente no existe; ni siquiera en Percepción Atemporal, en que la acción se desarrolla durante un terremoto.

En los pocos casos en que existe termina muy pronto, por ejemplo: …“estruendos y gruesas llamaradas comenzaron a tomar cuerpo en uno de los extremos del buque…, las columnas de humo ascendían cada vez más densas enrareciendo la atmósfera, al punto que… casi todo comenzó a girar en torno mío… mi respiración fue haciéndose cada vez más y más jadeante, entrecortada, lenta”. Esto no significa que el suspenso está ausente, muy por el contrario…, el sabio suspenso, la gran acción, y la ausencia de violencia se encuentran alternados y matizados por frases metafóricas, líricas y etéreas en las que se hace evidente que a Juana Cascardo le resulta imposible ocultar su alma de poeta. Y voy a leer varios ejemplos: Como una clara descripción del dolor donde dice: …“de retorcerse como el árbol en llamas que cae deshecho en cenizas”… En el temor a la muerte: …“alcancé a divisar una enorme forma que avanzaba hacia mí y me tomaba en sus brazos…” De la paz elegida al decir: …“intentaré llamar por teléfono, si me contesta… volveré al mundo de los sueños, el mejor de todos”. Y de la lírica serenidad: …“como una nube extraña flotaba en el ambiente”… Así como una frase simple pero profunda como: …“alguien que había partido llevándose la moral a cuestas”. La escritora ha pretendido lograr que la moral no se convierta en algo pesado, aconsejándonos indirectamente que conservemos la inocencia de nuestros niños a pesar de todo y a costa de cualquier sacrificio, contándonos un cuento, porque así se llama este cuento que tiene mucho pero mucho de ángel. Ahora bien, fíjense ustedes qué contraste en el cuento titulado “LA CHAPA DE BRONCE” se encuentra reflejada la otra cara de la moneda de los inescrupulosos. Se trata de una de esas tantas verdades que tienen que soportar aquellos que creen ser inteligentes y no lo son, que creen poder tener el mundo a sus pies desde la mesita de un café, en definitiva, este cuento es una de esas verdades que a veces le toca vivir a “un piola” como reza el lunfardo porteño. 
Para explicar esto, habría que leer el cuento.

Para arribar ya al final nada mejor que hablar de los finales de los cuentos. Existen dos tipos que son: “Vida o Muerte”, aunque pueden existir otros finales. Tal vez, como buena madre, sabe generar vida; pero cuando mata, lo hace de forma terminante, como en el caso del cuento llamado “TELEPATÍA” donde dice: …“el médico luego de exhaustivos análisis clínicos dictaminó: entre tres y seis meses de vida, como máximo”. Como también después de un terremoto dice: …“en sus brazos sostenía un pequeñísimo bebé que dormía plácidamente…” Otro modo de mostrar el comienzo de una nueva vida en el final de un cuento, es el caso de “EL PRÓXIMO VUELO”, en el cual un ex soldado de Malvinas, parte hacia algún lugar muy lejano en el intento de olvidarlo todo. Esto es re-nacer. Podríamos hablar mucho más sobre estos cuentos; pero creo haber resaltado lo que a mi criterio da una pauta del tipo de cuentos y sobre quién los escribió. He mencionado a casi todos los cuentos menos uno de los más cortos, tal vez el más simple, tal vez llegue a pasar inadvertido ante los ojos de un lector desprevenido; se trata del llamado “TELARAÑA”. No lo incluí en este análisis quizá por ser el que más me llamó la atención y en consecuencia pensé merecía un capítulo aparte; o al menos un análisis filosófico adecuado… Los demás, muy bien, tan bien que al terminar de leerlos se me ocurrió llamarlos: CUENTOS PARA VOLVER A LEER. 
Nada más y muchísimas gracias por vuestra atención.

jueves, 3 de diciembre de 2015

EL PRÓXIMO VUELO





–Buenas tardes, señor.
–¿Adónde viaja usted, señor? ¿Cuántos pasajes reserva?
–Un momento, señorita. De a una pregunta por vez, por favor. Estoy algo confuso...
–Comencemos pues –dijo ella, y añadió: ¿Adónde viaja usted?
–No lo sé.
–La segunda pregunta –insistió la empleada, y siguió: ¿Cuántos pasajes reserva?
–Uno solamente.
–Bien, ahora nos vamos entendiendo.
–Repito: ¿Un pasaje hacia qué punto?
–Pues deme un pasaje de ida y sin regreso en el primer avión que despegue rumbo al punto más lejano de la tierra; adonde pueda olvidar el horror de las torturas, de las muertes, las persecuciones y la derrota. La más vil de las derrotas: La Guerra de Las Malvinas. –y continuó: Cuento con veinte mil dólares E.E.U.U. y es todo mi capital ¿Puede elegir mi destino...?
–Perdone, señor, pero... ¿He oído bien?
–Así es, señorita.
–Muy bien aquí tiene, señor. Dentro de dos horas y cincuenta minutos saldrá el próximo vuelo. Son Siete mil dólares E.E.U.U.
Esas horas de espera en la antesala de la puerta (gate) Nº 4 del Aeropuerto Internacional de Ezeiza se le hicieron interminables a Roberto Martínez. Miró sin interés a una de las azafatas. 

¡Qué buena estaba! Una potra, seguramente -pensó- y siguió con la vista cada uno de los movimientos de la azafata: las caderas subían y bajaban cadenciosamente a pesar de la maleta que arrastraba con una de sus manos y cada tanto, con la que quedaba libre, tomaba el mechón de cabellos rojizos que caía sobre sus ojos y lo alisaba, llevándolo hacia atrás, sujetándolo tras la hebilla casi invisible. Iba y venía por entre las mesas al compás de la música que se expandía como en oleadas que fueron sumergiendo a Roberto en una peligrosa somnolencia.
Inició su consabido viaje por sus recuerdos lacerantes. Su mente enfermiza, aprovechaba todos los instantes que se le ofrecían para auto destruirse.
Sólo tomó la precaución de poner la alarma de su celular en las 17 horas.
...Regresaba siempre al mismo momento: "el 28 de Marzo de 1982".
A las cinco de la madrugada el intenso sonido de la alarma despertó a todos los conscriptos casi a un mismo tiempo. Sabían que era el llamado de alerta. De inmediato se vistieron y a los ocho minutos estaban en perfecta formación en el patio del campamento.



–Infantes. ¡Atención!
–¡Listos para zarpar!
–¡De frente! ¡Marchen!
Y con esas palabras, las únicas que pronunció el sargento, fueron subiendo al inmenso buque que los aguardaba semi-oculto en la penumbra de una neblina espesa. Se preguntaron una y mil veces adónde los llevarían. Preguntaron inútilmente a su superior, cuál sería su destino y... ¡Nada!
Cuando se filtraban por entre las puertas rayos de luz se turnaban para indagar sobre su suerte, ninguna palabra les aclaraba el enigma. Los jefes hablaban en una clave desconocida para ellos.
Sabían, sí, que navegaban.
Creían que lo hacían rumbo al sur. Tal vez, Chile... Era lo único que se les ocurría pensar. El conflicto debió degenerar en guerra y ellos, en el último confín, no estaban enterados de cuanto ocurría en Buenos Aires.
La navegación  era lenta y difícil.
Aguardaban el anochecer o los días de máxima concentración de nubes para avanzar más rápidamente; todo lo cual, les hacía suponer y temer algo extraño. ¿Un ataque enemigo, tal vez?
¡Quién podía saberlo!
La angustia se había apoderado de todos y un silencio dramático pesaba sobre los rostros expectantes, ansiosos de los infantes que esperaban algo, una señal, una alocución, un mensaje del mundo exterior.
Nunca supo las horas que pasaron en esa situación de espera.
Desde el sitio en donde estaban alojados no distinguían con nitidez las costas, ni divisaban las estrellas como para hacerse una idea aproximada del rumbo que llevaban. Sólo se les indicaba que estuviesen alertas, en pie de combate. Con todas sus antenas bien orientadas y sus  equipos prontos.
Parecía que estaban viviendo un sueño. Hasta que, de pronto... un ruido ensordecedor como de cientos de truenos surgidos desde la inmensidad de una espesa niebla los sumergió en un mar de confusión y temor.
Se miraban con estupor y sólo atinaban a hacer cuerpo a tierra y cubrirse las cabezas encasquetadas con los enormes ponchos de color verde oliva.
Los cuerpos humanos corrían de aquí para allá desordenadamente.
Las órdenes de los jefes se dispersaban por entre los estruendos y gruesas llamaradas comenzaban a tomar cuerpo en uno de los extremos del buque. Las columnas de humo ascendían cada vez más densas enrareciendo la atmósfera al punto que:
...Casi todo comenzó a girar en torno mío.
Mi respiración fue haciéndose más y más jadeante. Entrecortada. Lenta.
Desperté en el Hospital Naval. 


No entendía nada.


–¿Qué hago yo aquí? –me dije.
Intenté incorporarme: imposible.
Mi cabeza parecía sostenida por alfileres. ¡Qué dolores! ¡Ni una mujer pariendo debe sentirse tan dolorida! -pensé- Y en voz alta:
–¡Enfermera!– grité.
–¿Qué sucede, joven? –escuché.
–¿Dónde estoy? –pregunté.
–En el Hospital Naval. Ha padecido heridas profundas y estuvo semi-asfixiado más de veinte minutos. Cuando lo reanimaron, el buque comenzaba a naufragar y debieron trasbordarlo a una barcaza salva vidas. El movimiento hizo que perdiera el conocimiento y acaba de recuperarlo…–respondió ella, e interrogó:  ¿Recuerda algo?
–No. No logro recordar...
–Descuide. –continuó la  enfermera: Dentro de dos o tres días recuperará su memoria. Es algo normal después de tantas angustias, emociones y heridas.
Ese lapso de mi vida quedó como una oscura laguna en mi cerebro.



La recuperación me llevó dos meses al cabo de los cuales me permitieron regresar con mi familia.
¡Para qué, por favor, para qué! ¡Qué de cosas habían sucedido en mi ausencia! Hechos que se me quisieron ocultar en cuanto transpuse las puertas de mi casa. ¿Mi casa? ¿No sería más bien la casa de la amante de mi padre? ¿O tal vez la de los amigos de mi madre? ¿O la casa adonde se reunían las patotas del barrio para jugar al truco, al póquer, a las pelotas?
Tuve que ir desentrañando los misterios.
Ninguno de los habitantes de la casa quería contarme lo sucedido en mi ausencia.
Había un aire enrarecido, mejor aún, putrefacto. Se respiraba con dificultad como en el hundimiento del crucero. Cada palabra que se decía era como una chispa que encendía miradas furtivas, gestos extraños. Todos comprendían menos Yo. Estaba marginado, aislado del pasado más reciente por mi amnesia y del presente por las actitudes de los "habitantes" que no querían someterse al juicio de alguien que había partido llevándose la moral a cuestas como mochila.
Finalmente María Cristina, la novia de la infancia, la noviecita santa en la que se confía como en uno mismo, había desaparecido.
Largos días de soledad e inútiles búsquedas.
La familia le daba datos contradictorios.
–Estará en la Universidad... –decía su padre no muy convencido.
–Está pasando unos días en casa de una amiga –aducía su madre.
–Estuvo aquí hace unos instantes y dijo que volverá –mentía su hermana.
Mentiras. ¡Montañas de mentiras!
Días en que recorrí los pasillos y las aulas de las facultades de mi ciudad. Tardes en las que visité una por una las casas de las amigas de mi novia. Horas que pasé aguardando junto a la puerta de su casa y ella no aparecía.
Como una nube tenue que aparece de mañana para desaparecer en neblina, así se había esfumado María Cristina del horizonte de mi vida.
Sin una palabra. Sin una carta. Sin la tristeza de una despedida...
¿Pasaron días o años? No puedo determinar el tiempo transcurrido ni el momento preciso.
Viajé una mañana a Buenos Aires para inscribirme en un curso de Analista Científico. No porque me interesara demasiado sino más bien como forma de  evasión o de reencontrarme a mí mismo.
Venía distraído. Pensando. Y..., al correr la cortina para abrir la ventanilla del  ómnibus... ¡Allí estaba! Caminando dulcemente enlazada por la cintura, junto a un "tipo" por plena Avenida Belgrano, mi amada María Cristina. ¡Mi noviecita del alma!
Quise gritar. Quise bajar. Quise morir de un síncope. Todo a un mismo tiempo.
¡Imposible!
Una hora y quince minutos de Buenos Aires a La Plata en un suplicio de odio, impotencia, deseos de venganza, celos contenidos...



Era preferible el  dolor físico de las heridas a este otro tan profundo que destruía la imagen del ser más querido.
Entorné mis ojos y la vi como había acudido a nuestra primera cita; vestida con jeans y una camisa de color rojo intenso, con su pesado cabello negro lacio cayendo sobre sus hombros distantes, como marco que resaltaba sus bellas facciones pálidas, trémulas de emoción ante lo que para ambos era el ensueño del primer amor. El que siempre llega. El que se vive con la intensidad de lo desconocido.
Por eso, cada vez que el ómnibus se detenía, sentía la necesidad imperiosa de bajar. De salir corriendo. De retorcerme como el árbol en llamas que cae deshecho en cenizas...
Llegué a la terminal de ómnibus. Bajé rápidamente. De inmediato tomé un taxi. Di la dirección de la casa donde vi la cruda realidad de una vida vacía.
Hicimos el trayecto en un silencio que parecía querer interrumpir a cada instante el taxista. Probablemente mi persona emitía ondas negativas.
–Llegamos, señor –dijo.
–Espéreme aquí  –le contesté en tono áspero al conductor.
–¿Por mucho tiempo? –interrogó a su vez, y agregó: Mire que la máquina vuela ¡eh! –insistió mirándome con curiosidad a través del vidrio de la ventanilla.
–Detenga el motor, si le parece. Yo enseguida vuelvo –repliqué un tanto molesto por la incomprensión del hombre que no percibía mi estado de angustia.
Ingresé a la casa como un viento huracanado que abre las puertas y se lleva por delante todo cuanto encuentra. En pocos minutos introduje mis pertenencias en varias maletas y salí con ellas a cuestas.
En mi billetera llevaba el dinero que me habían entregado en pago de mi auto cero kilómetro y que aún no había asentado.
Abrí el baúl del taxi. Introduje como pude las maletas. Subí al coche y con voz segura, definitiva, le ordené:

–Vamos. Ponga en marcha el motor y hasta Ezeiza no pare.